Cuídate y no llores mucho, me dijo, aunque sabía que no me iba a cuidar nada y que iba a seguir inundando de lágrimas autobuses y camas, sitios oscuros en los que nadie mira.
Yo no le contesté, para qué, iba a creer lo que le diera la gana. Como siempre.
Subí al primer autobús que pasó, no podía perderme más. Ya estaba todo lo lejos que podía estar de cualquier lugar.
Y no lloré, me desangré.
Escribí poesía en el vaho de los cristales, o tu nombre, es lo mismo.
No llegué a ninguna parte y acabé en tu casa.
No he vuelto a escribir poesía desde entonces, no me cabes en un verso.
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