Reflexiones de banco y sudadera.

Quemo mis soledades cigarro tras cigarro, abandonada en un banco que no me acompaña pero que al menos me sostiene. Unos cascos me aislan del ruido, del mundo que sigue aunque yo esté quieta, pero no consiguen acallar mi mente. No quiero pensar, no quiero saber, eso duele y no sé si voy a poder soportar una herida encima de otra. El cuento aun no está escrito y yo ya estoy viendo el final. El ciclo se cumple, se repite, y yo no aprendo. O no quiero aprender. No hay mayor ciego que quién no quiere ver, pero ¿hay algo mejor que la ilusión de unos labios nuevos que parecen quererte? Quizá si, pero yo nunca aprendo. Me gusta el eterno error, o tal vez simplemente lo prefiero a tener nada. No importa que duela, no importa que rasgue, no importa que me arranque el corazón del pecho si me da unos segundos de paz.  Al resto de mortales sí le importaría pero a mi, a mi no. Es culpa de la doble maldición, de todo eso de tener mente de artista y corazón de poeta, es culpa de eso que yo viva enganchada a historias que duelen y saben a café amargo. Es culpa de eso que yo sea como soy. De todas formas, ¿quién iba a querer a una loca que solo sabe expresarse escribiendo? Por que así soy yo. No puedo decir te quiero si no es en un texto, en un verso. Mis labios no dicen te quiero aunque mi boca se muera por gritarlo, lo dice mi boli y quizás es mejor así, quizás así duela menos y pueda seguir creyéndome que no tengo miedo, porque señores, la eterna dama de hierro, la que aguanta los golpes sin pestañear, la tía más dura de pelar, tiene miedo. Autentico miedo a que la quieran. Así es, los golpes no me duelen, pero el amor... el amor es más duro que los golpes, más difícil de borrar, más complicado que poner un poco de hielo para calmar el dolor. Es complicado dejarse querer cuando se tiene una eterna herida sangrante en mitad del pecho. Una que nadie a visto, o que han girado la cara cuando has querido mostrar. He de decirles señores, que quiero querer, que quiero que me quieran, pero no puedo. Esto también es culpa de la doble maldición, aunque quizás ustedes, tan normales y corrientes no lo comprendan. He de decirles señores que nada deseo más en este mundo que unos labios me quiten el miedo, que unas manos recorran mi cuerpo borrando las marcas que ahora tengo, que me arranquen el caparazón... He decirles señores que esto lo que más me gustaría en el mundo, pero el ron y los vibradores tampoco están tan mal. Y no duelen.

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