Heridas de guerra.

En una cama he aprendido que se pueden hacer guerras de paz,
que las manos de acero también saben acariciar.
Me he enamorado de los dientes de leche que me han desgarrado los hombros.
Mirando las moraduras de mis clavículas, he vuelto a sentir mariposas nadar en la tripa,
porque no todas las heridas iban a ser de guerra.

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