Los musos de mi vida

Llevo todo el día, no sé a santo de qué, dándole vueltas al tema de los musos. Más concretamente a los musos que he tenido a lo largo de mi vida desde que empecé a escribir. No han sido muchos, con 17 años (en menos de un mes 18) no se pueden haber tenido muchos, pero les tengo cariño, cariño de musosy como llevan todo el día en mi cabeza me apetece hablar-escribir sobre ellos. Y cuando digo hablar digo hablar, no escribir algo donde se pueda intuir que mientras lo escribo estoy pensando en alguien, no. Hablar de ellos, con nombres, con detalles, porque sinceramente, no encuentro nada más bonito que que alguien te inspire tantas cosas como para escribir por o para él.

Cuando empecé a escribir, más o menos con 12 años, escribía porque sí, porque descubrí una manera de expresarme que me apasionaba, y por eso lo hacía, sin escribir ni por ni para nadie, sólo por que tenía cosas que decir y esa era mi forma de hacerlo. Empecé escribiendo relatos cortos, pero sobretodo poesía, y si no recuero mal, en la mayoría de ellas hablaba de cosas como la naturaleza, de paisajes, y poco más. El primer relato corto que escribí hablaba sobre el miedo que me daba el cambio que iba a suponer en mi vida pasar del colegio al instituto, todos esos rollos de crecer, de dejar de ser una niña... Supongo que cosas típicas de la edad, que todos pensamos, pero yo las escribía. Tras ese texto, unos meses más tarde, llegó el instituto. Seguía escribiendo, y lo seguía haciendo exclusivamente por y para mi. Conocí a un montón de gente, hice amigos nuevos. Hice un amigo. Alfonso. Cuando lo conocí, he de decir que no me llamo en absoluto la atención a pesar de que era uno de esos chicos que causan furor, un chico de los guapos, de los populares, por así decirlo. No se como, pero acabamos haciéndonos muy amigos. Tan amigos que todo el mundo pensaba que eramos algo más. No lo eramos, aunque más tarde, años más tarde acabásemos siendolo, pero eso es una historia complicada y no viene al caso. Bueno, pues eso, que rápidamente nos hicimos muy amigos, y yo acabé hasta los huesos. Me gustaba tanto ese chico que dejé de escribir para mi (nunca del todo, sólo que mis poemas de naturaleza y todas las demás cosas pasaron a un segundo plano), y comencé a escribir pensando en él, como si los poemas o las cartas que escribía fuese a dárselas, como si le hablase a él. Y así fue como encontré a mi primer muso. No fue un muso momentáneo, pues duró mucho mucho tiempo, y reapareció entre mis otros musos muchas veces. Era taaaaaaanto lo que sentía por él y lo que me inspiraba que incluso empecé a escribir mi primera novela, narrando la historia de amor que me imaginaba con él. El sofá de María se llamaba. ¡Ay, inocente de mi! Pero bueno, las cosas cambian, la vida gira, y así, es como llegué a conocer a mi segundo muso, también dentro del instituto. A este tampoco me acuerdo como lo conocí, pero recuerdo que ese chico, Quique, me llamaba muchísimo la atención, por ningún motivo en especial, pero llamaba mi atención. Yo sólo tenía 14 años, él era un año mayor y eso me intimidaba un poco, pero no me impidió acercarme a él y hacerme su amiga. Hablábamos de un montón de cosas, de cosas de las que no hablaba con nadie más, y eso mantenía mi interés por él. Hablábamos de amor, o de lo que pensábamos que era, de arte, porque él era bailarín, hablábamos de lo que yo escribía, y también de cosas muy íntimas. Yo nunca había hablado así con un chico, y entre conversión y conversación me dí cuenta de que me gustaba. Y cómo no, empecé a escribirle. Le escribí unas cosas preciosas. Le escribí para ayudarlo, para hacerle reír, para hacerle darse cuenta de que era alguien que valía la pena. Y lo mejor de todo, él, que no sabía lo que yo sentía, aceptaba mis textos con una sonrisa, aunque si no recuerdo mal nunca se los dí directamente, pero los ponía en sitios en los que pudiera leerlos, y después siempre hacía algún comentario y entonces sabía que los había leído y que sabia que eran para él. Cuando le dije que me gustaba, también lo hice a través de un texto, con una carta que le dio una amiga por mi. No fuimos nada más que amigos, pero seguí escribiéndole desde la amistad, porque sabía que le gustaba y le ayudaba leerme. Por cosas que pasan dejamos de ser amigos y nunca más volví a escribirle.

Después de Alfonso y Quique hubo un tiempo en el que no tuve ¨muso oficial¨ pero sí que escribí algunos textos contando como me había sentido estado con otros chicos o como hacía sentir alguien que me gustaba, pero no escribía por ni para nadie, sólo contaba como me sentía yo misma, escribía sobre las cosas que me inquietaban. Escribí un montón de cosas, de temas muy variados. Poesía, relato corto, novela, teatro, guiones... Toqué todos los palos e incluso hubo un tiempo en el que dejé de escribir. Fue una temporada horrible, en serio, para mi escribir es algo importantísimo, casi como respirar, y en esa época, en la que no es que no quisiese, sino que no podía, porque estaba como congelada, lo pasé fatal.

Y por último, apareció el mas reciente de mis musos. No se si es el más especial o el más importante, pero es por y con quien me descongelé totalmente como escritora, -y como persona-. Apareció en mi vida por casualidad, cuando menos los esperaba y de alguna forma me ayudó a poner orden en mi propio kaos. Entró en mi vida y rompió todos mis esquemas, me hizo quitarme la armadura que yo misma me había puesto, me hizo sentir.  Me parecía un chico tan interesante, tan estupendo, alguien tan diferente a mi y del que podía y quería aprender taaaaantas cosas. Le conté cosas de mi que no le había contado a nadie, y él me escuchaba y me salvaba un ratito, me trataba como no me habían tratado nunca. Al poco tiempo de conocerlo ya me había enamorado de él, y la verdad, al revés de como me había pasado con otros chicos, no me asustaba en absoluto la idea de que fuese algo más. Poquito a poco se convirtió en alguien especial e importante para mi. Un día, no podía dormir y de repente estaba delante de un folio en blanco y estaba escribiendo pensando en él, en como me hacía sentir. Fue algo muy raro, porque hacía mucho tiempo que no era capaz de escribirle a nadie. Y así fue como le escribí a Miguel por primera vez. A ese texto le siguieron unos cuantos más. Unos textos que no son los mejores que tengo, pero si son los que con más cariño y más desde dentro he escrito. Pensé en dárselos, pero la verdad, me daba mucha, muchísima vergüenza que leyera unos folios en los que le decía todo lo que sentía, lo que me hacía sentir... Debí dárselos cuando tuve ocasión para que ahora no me quemasen cada vez que los veo encima del escritorio, pero bueno, los guardo con cariño, con mucho cariño. A día de hoy, todavía sigue siendo mi muso a ratos, pero ya no le escribo, es complicado.

Y esta es la historia de mis musos, la de los musos oficiales, porque desde que empecé a escribir no sólo he tenido estos 3, han sido muchos más, pero eran momentáneos, personas que veía en la calle o en una tienda y me inspiraban algo, o personas que oía en el autobús hablando con sus hijos, contándoles una historia que después inspiraba una nueva que yo escribía.

Gracias, musos.

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