Toc, toc. ¡Soy la inspiración!

La prisa calmada de quien sabe que nadie le espera. Los párpados azulados, como si el mar hubiese dejado en ellos su color cuando vino a prestarme agua salada para mis lágrimas. Y es que, yo, que había olvidado como se lloraba, había vuelto a llorar, por y para él, quizá no lo entendáis pero fueron las lágrimas más dolorosas y bonitas que jamás he llorado, y eso es mejor que cualquier beso en cualquier parte del cuerpo. Me enamoré de él, nunca se lo dije, le dije que me gustaba, que pensaba en él, pero jamás que me había enamorado hasta volver a dar vida a las momificadas mariposas de mi estomago, total, para qué, si nunca me quiso, y yo no estaba dispuesta a aceptar un no. Un no, significaba volver a la realidad, pinchar la nube a la que me había subido y darme de bruces contra el suelo, romperme todos los dientes, clavarme todas las piedras, sangrar, y no quería un no, porque el auto-engaño de amor, a pesar de saber que es algo doloroso, de haberlo comprobado mil veces en mis propias carnes, siempre me ha parecido mas bonito que un no.     Y supongo que eso era el amor.

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